Amados hermanos, el apóstol Pablo, inspirado por el espíritu de Dios en el libro de los Romanos, nos dice que, a causa del pecado, todos los hombres estábamos separados de la gloria de Dios. Esto significa que, a causa del pecado, no había una relación entre Dios y los hombres, ya que el pecado, que es oscuridad, no puede estar delante de Dios, que es luz.
Por esta razón, nuestro Padre Celestial decidió dar en sacrificio único, perfecto y suficiente a su único Hijo Jesucristo, para que, por medio del derramamiento de su sangre en la cruz, nuestros pecados fueran perdonados. También nos fue dada una nueva naturaleza espiritual, para que, con el poder del Espíritu Santo que ahora mora en nosotros, podamos resistir en adelante el pecado y mantener una relación permanente con Dios.
Hermanos, debemos reflexionar en lo siguiente: ¿Cuánto nos amó Dios al dar en sacrificio a su único Hijo? Me pregunto si algunos de nosotros, que somos padres, estaríamos dispuestos a sacrificar a nuestro hijo para que se salvaran otras personas. Desde luego que la respuesta es NO. Por lo tanto, debemos reconocer que el amor expresado por Dios hacia nosotros al enviar a su Hijo a morir en la cruz por nosotros, es la expresión de un amor que sobrepasa todo nuestro entendimiento racional y terrenal. Por lo tanto, le da autoridad superior a Dios sobre la manera de expresar el amor verdadero, el cual naturalmente no está en nosotros.
Lo más impresionante de esto, es que para tener acceso a esta gracia salvadora solamente tenemos que creer de todo corazón en Jesús y arrepentirnos de nuestros pecados.
El meollo del asunto, está en que creer en Cristo no es algo que se pueda dar por voluntad propia, sino que es algo que Dios concede. Y esto explica por qué hay personas que creen y otras que, viendo y oyendo, aún no han creído.
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